Los 600 nombres de Rafael Bolívar Coronado

Cualquier apureño que se precie habría de parecerle extraño escuchar durante décadas aquellos dos versos iniciales de ese joropo conocido popularmente como el segundo himno nacional: el “Alma llanera” (1914): “Yo nací en esta ribera / del Arauca vibrador”.

El río Arauca es más bien uno macilento, de aguas terrosas, que no vibra como lo sugiere el adjetivo ni mucho menos espumea junto a garzas y rosas sino hasta completar su cauce con el río Orinoco.

Sin embargo, quedó en el cancionero social que ese río vibraba al son del sentimiento nacional, un ardid que sólo Rafael Bolívar Coronado (1884) podía haber logrado, puesto que caló hondo en el imaginario colectivo venezolano.

La poderosa imagen fue el primer timo literario de Bolívar Coronado, nacido en Villa de Cura (Aragua), quien nunca visitó las sabanas apureñas en toda su vida y además confesó en Memorias de un semibárbaro que “de todos mis adefesios es la letra del ‘Alma Llanera’ del que más me arrepiento”.

Fue periodista de El Cojo Ilustrado y El Universal, y hasta tuvo amigos en el gobierno de Juan Vicente Gómez, sin embargo, harto de aquella Venezuela viajó hasta Madrid, donde trabajó como secretario del escritor español Francisco Villaespesa gracias a la falsificación de cartas de recomendación de otros intelectuales.

Su suerte comenzaba a erigirse bajo falacias benignas, que cuestionaban toda legitimidad con el fin de obtener algo de dinero para comer y escribir. Su primer apellido lo prefiguró cual hombre terco, de intensa imaginación y larga visión. Coronado por el destino, para bien y para mal.

Pues Villaespesa descubrió el engaño amanuense de Bolívar Coronado y lo botó como los cocineros hacen con los gatos. Y Rafael comenzó a descubrir que su vocación de impostor y falsario, habilidoso de la mímesis estilística y arduo trabajador, le abría oportunidades para llegar con algo en los bolsillos a fin de mes.

También escribió desde España artículos literarios y antigomecistas para diferentes medios. Pero su mayor obra vendría con el carismático intelectual venezolano Rufino Blanco Fombona como su principal e inadvertido editor, quien en aquella época poseía la famosa Editorial América.

Éste contrató a Bolívar Coronado para que copiara manuscritos en la Biblioteca Nacional de Madrid para su editorial, cosa que nunca llegó a hacer: dispuso de ese espacio bibliográfico para escribir y reescribir, a principios del siglo XX, crónicas de Indias, estudios sociológicos, obras científicas y demás artilugios literarios, que Blanco Fombona publicó sin saber que el aragüeño lo timaba.

Así, Bolívar Coronado también pasó secretamente a llamarse Daniel Mendoza, Rafael María Baralt, Fray Nemesio de la Concepción Zapata, Agustín Codazzi. Todos fueron autores que vivieron y escribieron personalmente sus propias obras; Rafael Bolívar Coronado sólo tomaba sus nombres para crear las suyas.

Todas fueron vendidas a Blanco Fombona, quien las publicó en su Editorial América, y aún hoy algunas son referencias académicas como El llanero (estudio de sociología venezolana), a pesar de haberse descubierto el timo literario de su creador. Lo que habla de la calidad estilística de Rafael, cosa que importó poco a Rufino cuando se enteró que su honra editorial se hallaba marchita por la ardid, descubierta por el historiador Vicente Lecuna, quien advirtió sobre ciertas incoherencias en el léxico y la sintaxis entre las crónicas “copiadas” por Bolívar Coronado y los manuscritos originales.

Las versiones de Bolívar Coronado, por supuesto, no resistieron el menor examen de Blanco Fombona. Éste lo buscó para batirse en duelo a muerte, pero el aragüeño huyó hasta Cataluña donde siguió escribiendo bajo distintos seudónimos para sobrevivir.

Cuenta el historiador Rafael Ramón Castellanos que en su estancia catalana “Escribía además de los libros, 12 artículos diarios con nombres diferentes que cambiaba cada semana. Muchos de los artículos eran contra Gómez (…) escribe febrilmente, publica un poema inédito de Sor Juan Inés de la Cruz (suyo) y se hace corresponsal en la guerra del Sahara para La Publicidad, El Noticiero y El Diluvio de Barcelona. Pero en realidad nunca salió de España; se disfrazaba de mendigo y vagabundeaba por los muelles hablando con los marinos y estibadores que llegaban del Sahara español, de África, y con toda la información que les sacaba, calculaba las batallas, las bajas, y nunca llegó a equivocarse, por lo cual el pago era puntual”.

La imaginación de Rafael Bolívar Coronado era tan eficaz que recreaba casi con exactitud la realidad. Tal grandilocuencia se expresa en la cantidad de seudónimos que usó, entre los que se encontraban asimismo Andrés Eloy Blanco, Andrés Bello, Juan Antonio Pérez Bonalde, Juan Vicente Gómez, Pío Gil, José Antonio Calcaño y Arturo Uslar Pietri. “La originalidad es el mejor de los plagios”, dice el poeta Carlos Angulo.

Usó más de 600 nombres, falsos y verdaderos, y justificó sus timos como herramientas de la necesidad en su mencionado libro autobiográfico: “Ellos necesitaban nombres famosos: yo necesitaba trabajar para salir de apuros, que comenzaban a hacerse también famosos y que como yo no tengo nombre en la República de las Letras, he tenido que usar el de los consagrados, porque yo no puedo darme el lujo de que me salgan telarañas en las muelas”.

El escándalo que provocó este semibárbaro a raíz de un aviso anónimo publicado en la edición venezolana de la revista Billiken el 6 de diciembre de 1919, en el que se denunciaron las magistrales falsificaciones, trampas, seudónimos y heterónimos usados por Bolívar Coronado, tuvo como consecuencia el destierro definitivo, físico e intelectual, de Venezuela.

Murió de gripe y de pobreza en 1924, en Barcelona, España. Demostró que para escribir no hacía falta ser vanidoso ni arribista, como lo eran (y son) la mayoría de los escritores en Venezuela, sino una íntima necesidad de oficio y de vida.

En todo caso, su vida y obra marcan una página extravagante, vanguardista y temeraria en la historia de la literatura venezolana, en la que se burló sin miedo de los derechos de autor, de las individualidades arrogantes del gremio, de las fugacidades del éxito.

Lo único a lo que no pudo escapar Rafael Bolívar Coronado fue al hambre: tuvo que alimentar más de 600 nombres. Ese fue su mayor desafío como escritor.

 

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Ernesto Cazal

Estudió Letras en la Universidad Central de Venezuela, sin embargo se ha dedicado más a trabajar y colaborar para distintos medios de comunicación y revistas literarias impresos y digitales que a la vida académica y la edición de libros. Publicó Bevilacqua (2013) con la editorial artesanal El Caracol de Espuma, y con la Fundación Editorial El perro y la rana la edición digital de Triamento (2017), ambos libros de versos. Actualmente forma parte del equipo de investigación y análisis Misión Verdad.

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