Rodrigo Benavides: Carabobo es la metáfora de la paz

La atracción por los llanos venezolanos no es casual para Rodrigo Benavides —caraqueño de nacimiento—, porque “son espacios especiales, están más cerca del centro de la tierra, hay un magnetismo mayor y la tierra jala”. La fotografía ha sido un vehículo no solo para ver, sino para sentir y, aunque rechaza las conclusiones, su trabajo fotográfico se reflejó en la exposición La llanura improsulta (2009) y en el libro Los llanos de Venezuela. El horizonte es el destino (2011).

A finales de los setenta estudia fotografía en la Academia Punto Focal y en la década siguiente se graduó con honores en el Photographic Training Centre, en Londres, donde obtuvo una beca durante los dos últimos años de estudio. Continuó becado en la École Nationale Supérieure des Arts Décoratifs de la Université PSL de París y realizó talleres de formación en los Rencontres Internationales de la Photographie Arles, Francia, en 1984 y 2004, y en Barcelona, España 1985-1988. En 2003 estableció la Escuela de Fotografía Núcleo Fotosensible en Caracas. Dirigió el Museo Nacional de la Fotografía de Venezuela de 2010 a 2013 y recibió el Premio Nacional de Cultura en Fotografía 2019-2020.

En la ciudad pasa inadvertido como fotógrafo porque difícilmente carga una cámara consigo. Investiga, observa, antes de fotografiar. También le atraen las máximas, que comparte con los participantes de los talleres que imparte: “Pocas veces el mejor punto de vista para fotografiar una escena es aquel desde el cual se observa por primera vez”.

—¿Cómo se está mirando a Venezuela?

—Hay miradas cruzadas. Tal vez ahora son más cruzadas que nunca porque la circulación de imágenes no ha dejado de ser un tema creciente, por vías digitales, ahora; impresas, como siempre. Y tenemos ese país de verdad, sensible, que tiene una identidad propia, con la particularidad de que un nutrido grupo de fotógrafos y entusiastas de la fotografía han estado registrando de manera preponderante lo urbano. Algo así como que, si Venezuela sólo fuese Caracas, un desastre, como si la vida tiene sentido en un lugar donde hay mucha gente junta, en donde prevalece la tendencia política preestablecida. Los medios internacionales imponen la pauta y sólo les interesa el caos, los problemas de salud, los errores del Gobierno, pero no le interesa lo que la gente común hace con su vida.

—¿Qué papel ha jugado la tecnología?

—Esta ha impactado la vida en general y a la fotografía en particular, que con la profusión de teléfonos celulares todo el mundo toma fotos, pero no todos son fotógrafos. Lo que los diferencia es saber mirar con sentido crítico. Siempre ha sido posible hacer fotografías e imágenes reveladoras, pero nada es concluyente. Puedes tener aproximaciones, pero si se tiene una visión tendenciosa se termina revelando sus intereses. En cambio, cuando un autor, fotógrafo, fotoperiodista, documentalista, hace uso de la fotografía para documentar, testimoniar, debe poner a prueba todas sus capacidades humanas porque el asunto está en cómo contar historias. No es suficiente con tomar una muy buena foto.

—Mirar en digital y contar inmediatamente es una nueva forma de ver.

—De representar, porque ver no es lo mismo.

—¿Cuál es la fotografía que debemos tomar del país?

—Deberíamos fotografiarlo todo, así como escribir o hacer cine de todo. Sin embargo, en la fotografía convergen, como tal vez en ningún otro campo de la documentación, una serie de aspectos que hacen de esta herramienta un recurso muy útil para resolver rápidamente una inquietud o una necesidad de carácter editorial, periodística y, sobre todo, ponlo en mayúscula, mediática. Por ejemplo, con una foto puedes mostrar una noticia, para ser más preciso, un escándalo. El fotoperiodismo tendencioso es complejo y tiene sus propias virtudes, en el sentido de que estos colegas tienen que saber manejar una serie de códigos, no sólo el que les ha sido suministrado por las empresas a las cuales le trabajan, sino que tienen que tener un ojo muy avispado, con muy buena técnica para que consigan imágenes que logren desencadenar un cúmulo de preceptos. La fotografía documental tiene ese referente de lo real reconocible de inmediato y, en tan sólo 10 segundos, puede leer mensajes que no se logran tan rápidamente con la lectura de un artículo, por ejemplo. Ese es el poder de la fotografía, que además se desparrama por todos lados, porque puede registrarlo todo y es para todo uso. Y la tecnología está azuzando las posibilidades de la mente.

—La morbosidad, la violencia, era mal vista…

—…por todo el mundo.

—Actualmente no sucede eso.

—No sucede por el ritmo avasallante del registro que se convierte en un bien de consumo que va por cuenta propia y suscita innumerables sensaciones en el público. Y evidentemente los editores saben que tienen una herramienta invaluable. Para que un dibujo genere ese impacto de la violencia, tendría que ser…

—Hiperrealista…

—Ni siquiera así lo lograría. El impacto que ha generado en el mundo la publicidad podría contabilizarse en su impacto en el medio ambiente, por ejemplo, con el uso de los aerosoles, acompañado de la fotografía. De modo que, a ese ámbito de la morbosidad, de la violencia, la fotografía ha llegado para acompañar ese campo de la mente humana, que la gente joven no lo ve, y estamos entrando en un gran espacio de insensibilidad.

—Para hacer fotografía hay que tener una cierta sensibilidad.

—Lo que pasa es que la sensibilidad lo puedes usas para lo que tú quieras. En este caso, la sensibilidad es para atentar contra la vida social, la del colectivo, la naturaleza. Esa insensibilidad hacia la vida es porque seguramente estás cobrando por eso, no es sólo porque te gusta. Por eso hablo de que es un arma, un poder. Sin embargo, la fotografía que se hace en Venezuela es fundamentalmente circunscrita a la cultura de lo urbano. ¿Dónde está el colega que está metido en el monte, fotografiando a la doña en la Guajira que hace esos tejidos o el pescador en Punta de Piedra…?

—¿El Esequibo?

—Exacto. Un fotógrafo documental debe tener un compromiso nacional. Entendemos que actualmente hay dificultades, pero cada quien ve de qué tamaño es su compromiso, que no es sólo por el trabajo por el cual cobras un salario. Pero quien tiene el talento, quien sabe que eso es valioso, útil para el país, busca las vías para lograrlo. Por tanto, cuando me refiero a que la fotografía es esencialmente urbana, incluso la que se enfoca en el campo del arte, es porque esta se acopló al concepto de arte contemporáneo y hay unas dinámicas que están conectadas con la hegemonía cultural. En pocas palabras, la fotografía desemboca en la globalización.

—¿En dónde más desemboca?

—En casi todos los perfiles culturales. Se incluye a la cultura popular que es más fácil encontrarla en los pueblos y caseríos. En los barrios también la consigues. Pero no lo consigues en otras partes de la ciudad que no hay necesidad de mencionar, que tienen otros tipos de culturas valiosas. Creo que hace falta fotografiar con mayor frecuencia el país profundo.

—¿Cómo se puede fotografiar al país profundo si lo que predomina es la rapidez en estos tiempos y la comodidad personal?

—No hay que estar incómodo para ver. Lo que no tiene sentido es que estés tan cómodo que no sepas ver. Es ahí donde la globalización nos lleva a un punto donde está a prueba nuestra verdadera profundidad reflexiva. No es el problema de la comodidad, sino de que tu capacidad reflexiva esté nítida. Y ver cómo participas de ese todo al cual perteneces. La fotografía me ha resultado un recurso sumamente útil y valioso para saber que soy parte de algo. Ese algo es mi país. Hay que sentirse en donde estés como si fuera tu propia tierra. Porque no es un asunto de fronteras sino de identidad, en un sentido no chovinista. Ser parte de algo a mí me hace sumamente feliz.

Analógico y digital

Benavides ha vivido en los llanos en sus diferentes estaciones para poder prestar atención a las sensaciones. Considera que la que mayor impacto produce en la psique es “la línea del horizonte que te hace preguntar permanentemente en qué lugar me encuentro”.

—Sabes que puedes estar más o menos cerca de una ciudad, pero siempre estás en el mismo sitio, porque lo que estás viendo es lo mismo. En cambio, en el llano tienes que estar atento, alerta, porque pareciera que no está pasando nada. Es así como los esquimales. Ellos viven en una gran llanura y ven 115 tonos de blancos. Esa capacidad visual es la que le ha permitido sobrevivir. Saber que uno de esos tonos, a la distancia, es una foca recién nacida, que es blanca. Entonces, la llanura, como un espacio visible, es un laboratorio de percepciones.

—¿Cómo se percibe ese laboratorio?

—Cuando fotografío en el Llano con una película a color, todo lo que sea de color me llama la atención. Pero hay que saber cuándo debes disparar en blanco y negro y cuándo a color. La fotografía digital ha desdibujado esta dimensión, porque si te interesaba hacer el registro a color debías tener una cámara con rollo a color y si el interés era por el blanco y negro, debías tener otra cámara. En el Llano, según lo que veía a color, lo traducía al blanco y negro, con un proceso de análisis de cada escena para poder determinar lo que iba a fotografiar. Pero actualmente, con las cámaras digitales, se toma todo a color. En blanco y negro no lo hace nadie. La fotografía analógica ha contribuido de mejor manera a la formación de fotógrafos.

—Sin embargo, la formación, gracias a los aparatos digitales, se desarrolla sin el mínimo conocimiento de la ética.

—Hay gente que fotografía todo lo que se come, porque hay muchas obsesiones con la cámara. Magnetiza el consumo.

—¿No es una manera de ver al país?

—Ese tipo de fotografía forma parte de las redes sociales. Cuando alguien hace uso de la fotografía, sin pretender ser fotógrafo, lo hace como un automatismo. Ese manejo, que es creciente, desemboca en las pantallas como parte del consumo de las redes sociales. Es por ello que en este ámbito hay carencias de criterios y ética, porque no hay conciencia suficiente para analizar lo que está pasando.

—Generalmente se muestra una foto como la evidencia de algo.

—Si llegas a un periódico, es probable que te den muy poco espacio para publicar fotos, así como textos. Los espacios son reducidos. En el periodismo venezolano, para no abordar otros, el periodista pide fotos para que ilustren su reportaje y éste es quien las escoge. No participa el fotógrafo en esta escogencia. Es la queja generalizada de los fotógrafos. En cambio, si un fotógrafo lleva 10 fotos que cuentan toda la historia, difícilmente la publican.

—En la era de la golosina visual, la palabra manda.

—Todavía la palabra manda sobre la fotografía. Y donde manda más, es en el campo de la historia, porque algunos historiadores tienen una visión de que sólo pueden pelear entre ellos, pero más nadie puede pelear con ellos.

—¿No hay espacio para otras disciplinas?

—No. Por eso se decía que “la historia se escribe de noche”. Hay novelas históricas, como Venezuela heroica, escrita por liberales, por la época, pero la historia quedó escrita por unos señores incuestionables. Ahora ha resurgido la historia insurgente, que hace una relectura de la historia, del periodismo, la fotografía, del país y de la vida. La historia ha quedado referenciada por lo que han escrito estos historiadores y por uno que otro pintor… con gran mérito.

—¿Es la imagen de nuestra historia?

—La pintura histórica solo es independentista. Comprendemos por qué “Vuelvan caras” es importante y otros de este mismo ámbito, pero ha quedado como algo donde no cabe más nada. La fotografía no participa en este abordaje. Son raras, las excepciones, como la del Porteñazo, cuyo fotógrafo ganó el premio Pulitzer.

La experiencia Carabobo

En sus proyectos está registrar Carabobo para traerlo a Caracas en fotografías y que los espectadores puedan estar dentro de ese campo donde hace doscientos años se definió la independencia. No es una exposición histórica, sino una metáfora, es “recontarse en el pensamiento de lo que somos hoy, no de lo que fuimos”.

—La pintura de la Batalla de Carabobo de Martín Tovar y Tovar forma parte de la iconografía del venezolano, pero el campo de Carabobo, ese que vamos a traer, es sin manipulación de fotografía de ningún tipo, es una metáfora.

—¿Por qué traer el campo a la ciudad?

—Cada persona sabe lo que nos ha costado ser el país que somos en estos 200 años y es interesante estar en ese campo en ausencia de la conflagración bélica, afortunadamente, por todo lo que hemos hecho los venezolanos para impedir que aquí haya nuevamente una guerra civil.

—La batalla es la paz.

—Es la paz que nos hemos ganado. Después de toda la violencia que hemos vivido, hemos sido capaces de contener la avalancha internacional que quiere que el país se vaya por un barranco. Esa es la metáfora fotográfica.

 

Entrevista para Últimas Noticias

 

Raúl Cazal

Escritor y periodista. Autor de los libros de cuentos El bolero se baila pegadito (1988), Todo tiene su final (1992) y de poesía Algunas cuestiones sin importancia (1994). Es coautor con Freddy Fernández del ensayo A quién le importa la opinión de un ciego (2006). Gracias, medios de comunicación (2018) fue merecedor del Premio Nacional de Periodismo en 2019. Actualmente dirige y conduce Las formas del libro.

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