Iraida Vargas: La comuna es el regreso a la humanidad

Antropología, historia y geografía son las bases fundamentales de los estudios de Iraida Vargas. Egresada de la Universidad Central de Venezuela (1964), se considera esencialmente investigadora. Realizó estudios de posgrado en la Universidad Complutense de Madrid (1976), pero ni estos estudios ni otros en la universidad de Sorbona en Francia, en la Universidad de Leiden en Holanda, y haber participado en proyectos de investigación y cursado dos años en el Museo de Historia Natural de los Estados Unidos, le sirvieron para optar a un concurso de oposición en 1978. Aun recuerda el mometo en el IVIC cuando le dijeron que esas credenciales no valían porque no estaban en la lista de universidades reconocidas por la institución.

Actualmente forma parte de la Escuela Venezolana de Planificación en donde publica sus investigaciones y manuales y el seminario Geohistoria y subjetividad. Buena parte de los libros publicados son a cuatro manos con su compañero de vida Mario Sanoja Obediente, que presenció la entrevista e hizo acotaciones cuando lo ameritaba. Los más recientes son La larga marcha hacia la sociedad comunal y Del rentismo al socialismo comunal bolivariano.

—¿Existe un divorcio entre la academia y el país?

—Existe y sigue existiendo, pero no es nada nuevo. Desde los años 60 con mi incorporación al trabajo académico constaté esa distancia, que no es solo de las academias sino que era una política del Estado en donde la política no tenía nada que ver con la economía, porque es una constante del Estado de separarlos, así como de la acción práctica popular. La academia se considera así misma como un espacio privilegiado, de mentes preclaras, que son las que deben establecer las pautas a seguir y no tienen interés en la enorme variedad, de aspectos, fenómenos o sectores, que conforman a la sociedad. Esta separación se agudizó y no existía el espacio para debatir algún problema que acababa de surgir, de orden social, económico, político o cultural. Ellas eran otro mundo. Los llamo “los saberes del Olimpo”.

—¿Tenían que dejar pasar el tiempo para mirar esos problemas “acépticamente”?

—Y sin odios. Cosa que era mentira, porque tenían muchos odios. También están las jerarquías que se imponen unas a otras. Quienes trabajábamos en el ámbito de las ciencias sociales o en las ciencias en general, los científicos del IVIC, por ejemplo, nos despreciaban porque consideraban que no éramos científicos e igual consideración tenían con investigadores de la Universidad de Los Andes. Estas desavenencias hicieron que nunca hubiese un acercamiento donde se pudiesen expresar las opiniones y experiencias.

—¿Cuál es el debate en la actualidad?

—La Universidad Central de Venezuela, que fue paradigmática, ahora es un lugar de “cabezas calientes”, y la rectora de la UCV, por ejemplo, decidió que ahí se funcionara de una manera que es escandalosamente corrupta, y convirtieron a un sector del estudiantado en cómplices. El mundo académico en estos momentos tiene calificación cero, porque no sólo hacen lo que hacían en los 50 y 60, que se consideraban ellos el Olimpo, sino que han deteriorado la enseñanza. A las personas que son campesinas, que trabajan de artesanos o que no tienen profesiones liberales, yo siempre les digo que yo no tengo nada que me haga excepcional. Solo trabajo en este ámbito y ustedes saben de cosas que yo no sé. La descalificación impide la unión. Porque si de entrada descalificas a cualquiera que venga a perturbarte tu Olimpo, difícilmente pueda haber debate.

—¿Se ha perturbado el Olimpo?

—[Iraida se ríe] Al fin y al cabo he dedicado mi vida a estudiar en cierto tipo ámbito del conocimiento. Hacerme más o menos lo que se conoce como “especialista” y como yo, miles de venezolanas y venezolanos que están en el mundo académico. Y entonces llegan los compañeros que no hacen eso y nos desdeñan porque “ustedes son una cuerda de teóricos”. Y los otros nos dicen “ustedes no sirven porque no son de mi Olimpo, son de otro Olimpo”. Y el país necesita de que se den esos espacios de debate.

—Entonces, ¿el debate se ha dado o no?

—Prácticamente no se ha dado. Hubo una época y yo le preguntaría a Mario [Sanoja Obediente] que es menos joven que yo.

—Mario, ¿se ha dado debates?

—Recuerdo que a comienzos de los 60 se hacía esa misma pregunta, por qué la universidad no abría un debate sobre su propia función en la sociedad venezolana. En ese entonces había una crisis académica muy grave, no solamente de saberes, si no de la estructura académica de la universidad y nadie se atrevía a decirlo. Nosotros planteábamos que era necesario, en un debate interno en la UCV, actualizarnos para ponernos al día, pero nunca se hizo.

—Una de las cosas que me preocupaba enormemente –retoma la palabra Iraida Vargas— no era discutir solamente el papel de la universidad o del tipo de estudiante, sino de una manera más integral con el país. Es decir, si nosotros, los intelectuales que estamos en el campo académico somos formadores de otros, no es solo discutir sobre la universidad, si no cuáles son los grandes problemas del país que nos preocupan, las grandes fallas, las deficiencias. Recuerdo que en la época en que yo estudié me sentaba a dos puestos del hermano de Fernando Soto Rojas (Víctor Ramón), formándonos, y al mes nos preguntamos “¿qué pasó con este que no vino más?” Y lo habían matado. Y como él, otros. Fue una época terrible. Yo entendía que se trataba de una dictadura esa “democracia”. Con Raúl Leoni fue más difícil todavía.

Teoría con práctica

Vargas ha estado en el mundo de las ideas y constantemente se retroalimanta puesto que conoce la Venezuela profunda. Sin embargo, siempre hay alguien que le dice que “no puede hablar porque no ha sembrado ni una papa; lo cual es falso porque sí lo he hecho” y se ríe ante los prejuicios.

—¿Cuánto se ha avanzado de la larga marcha hacia la sociedad comunal?

—Es un reconocimiento que hizo Chávez cuando dijo “Comuna o nada”, al Poder Popular, aunque a mí me cuesta todavía aceptar que hay sectores populares con poder. Desde que Chávez lo introdujo como “Poder Popular” decía algo que era muy sensato que “el poder popular tiene que poder poder”. Creo que sí se ha avanzado, en el sentido que a raíz de eso la gente empezó a reflexionar en los sectores populares. Antes lo hacía, pero no en la búsqueda del reconocimiento de ellos como sector con poder, como lo planteó el Comandante. Él enseñó a que el pueblo tenía que organizarse. No es que no hubiesen formas organizativas, sino que eran desconectadas unas de otras y le metió en la cabeza a la gente la máxima de que el pueblo se salva solamente a sí mismo. Eso estableció una diferencia abismal con lo que había antes, porque los sectores populares, como diría Georg Lukács, comenzaron a entender que el pueblo no podía ser un pueblo solamente en sí, sino que tenía que ser una pueblo para sí, tenía que tener conciencia de sí como sujeto. En ese sentido se ha avanzado mucho. Generalmente tengo relaciones tempestuosas con los comuneros y comuneras porque me estoy metiendo en esto y piensan “ella no es comunera, ella es académica”.

—Una teórica…

—Exacto. Y los comprendo, porque nadie les va a decir a un comunero qué es lo que le falta y qué es lo que tiene. El comunero sabe qué aspira, qué desea, pero reconociendo eso, creo que las comunas tienen que tener una total autonomía y mientras sean financiadas por el Estado no lo tendrán. El asunto primordial es que tenemos mínimo 200 años con industrias culturales que nos han lavado el cerebro más o menos.

—O más bien más de 500 años.

—No, eso ya es otra cosa. Me refiero a las industrias culturales establecidas por el Imperio.

Toma la nota que ha escrito, a la que se refiere constantemente y lee en voz alta el título: “Reflexiones sobre algunos aspectos de la situación actual de Venezuela”, y agrega:

—Lo que pasa es que es vieja, de 2018.

—¿Han pasado muchas cosas?

—Empezando porque se fue la mitad de la población colombiana que teníamos aquí asilada, que va y viene a curarse. Para curarse son venezolanos, para irse son colombianos. Pero en esta nota planteo que el mayor desafío que tuvo Chávez y que no lo pudo resolver, sólo dejó las líneas para hacerlo, y la comuna es una de esas líneas, es el mundo cultural.

—La comuna sigue siendo un lugar de resistencia.

—La comuna es un planteamiento popular alternativo, contestatario del mundo capitalista. Es una forma de organización que existe desde que existe la humanidad, con la conformación de las comunidades humanas con sus diversidades y complejidades o su sencillez. Desde que existe humanidad hay la necesidad de organizarse en comunidad. John Schwarzmantel en su libro Socialism and the Idea of the Nation, plantea que existen dos tipos de naciones, la étnica y la política. Y precisa la diferencia es que en la étnica se unen porque son del mismo color, lengua, y la nación política se unen porque tiene el mismo proyecto de vida. La primera es completamente reaccionaria porque para mantener la cohesión de la comunidad que se genera, que es nacional, la única manera es estar convencido de que tú eres del Olimpo.

Humanidad contra la hegemonía

Vargas hace una pausa para buscar un libro en su estudio y regresa con el tomo de Chávez teórico, publicado por el Instituto de Altos Estudios del Pensamiento Hugo Chávez, y recuerda que fue un encargo del Comandante organizar las ideas sobre las comunas, que luego desarrollaron cursos que impartieron en la Escuela Venezolana de Planificación, y recuerda que dentro de los debates había una persona, economista para más detalle, que dijo “que si nosotros creíamos en lo que Chávez pidió, que era ‘Comuna o nada’, que regresaríamos a más allá del Medioevo, que la comuna era una atraso”.

—Cuando surge la humanidad no hay clases sociales, no hay distinciones mayoritarias. Todos los elementos que son fundamentales para las comunas hoy día, son solidaridad, cooperación, fraternidad, amor, trueque, eso es lo que permite que surja una humanidad. Chavez lo veía como el elemento contrahegemónico al capitalismo, pero también le decíamos que no la debe dictar el estado capitalista. Porque nosotros tenemos un Estado, pero es capitalista. No solo por razones económicas, sino fundamentalmente por razones culturales.

—¿Esa percepción que hay en ciertos sectores de la población de que las comunas son un atraso es lo que ha desacelerado la creación de una sociedad comunal?
—Indudablemente son factores de freno. El quid de las comunas son las formas de organización social, de relaciones sociales en el espacio para la creación de hábitat, porque no tengo por qué decirle a los de Guayana, si son comuneros, que tienen que vivir como los merideños.

—Las comunas también son diversas.

—Por supuesto, y no tienen por qué ser agrícolas todas. Eso lo aprendió rapidito Mao Zedong, porque de otro modo lo hubieran tumbado. El era un defensor a capa y espada de las comunas chinas. Si todas eran buenas o no, como dicen que pasó, no sé. Pero aquí sí hay avances importantes y lo que falta es que sea unánime la conversión del pueblo en sí, en pueblo para sí. Y ese pueblo para sí puede devenir en verdadero poder popular.

—¿En un estado capitalista qué papeles juegan el poder popular y las comunas? ¿Pueden existir una sin la otra?

—La comuna no puede ser construida por los capitalistas. No les interesa para nada al capitalismo. Puede haber un poder popular que tenga otros planteamientos. Existen estudios sobre Petare y los Valles del Tuy, que existiendo comunas, el diagnóstico arrojó que estas son destructivas porque los valores capitalistas o los contravalores son los que imperan, porque destruyen la naturaleza, que además son áreas protegidas y terminan afectando los cursos de aguas que provienen de las montañas que alimentan al Tuy.

–¿El bloqueo contra Venezuela puede impulsar la consolidación de las comunas?
–Claro que lo impulsa. La última sesión que vi del Congreso de Comunas fue de una gran unión. Cuando Chávez decía “Comuna o nada” se refería a que estas formas alternativas y antihegemónicas son diversas. No es que vamos a convertir al país en una sola comuna, porque es absurdo y no serviría de mucho, debido a que las comunas urbanas no son iguales a las rurales, ni a las agrícolas. Los chinos tuvieron ese serio problema cuando comenzaron a meter la parte industrial. Las maquinarias eran hechas en comunas. Nosotros todavía no hemos llegado a ese problema que es demasiado diverso. Por ejemplo, en Mérida hay áreas rurales pero también hay urbanas. Lo que sí ha mejorado muchísimo es la comprensión de que dentro del proceso productivo (producción, distribución, cambio y consumo), distribución y cambio se han alejado del modelo capitalista. El trueque y el intercambio es preponderante en la vida comunal.

—Entonces, ¿hay esperanzas para Venezuela?

—Creo que sí las hay, solo que la transformación cultural es el mayor desafío que enfrenta la Revolución Bolivariana, por lo que ha constituido un reto permanente para ella. Ya era un desafío cuando Chávez y lo sigue siendo porque aunque hemos avanzado en la construcción de un sistema de valores y de una ética socialista, el adversario que enfrentamos en esta lucha, las transnacionales de la industria cultural, no solo son poderosas sino que también ejercen hegemonía a nivel mundial en la generación de significados culturales. Por tales razones, el balance no es muy halagador en estos momentos para la Revolución Bolivariana, porque favorece a las industrias la creación de sentidos, y en consecuencia en el ejercicio de una hegemonía cultural. Una prueba tangible es que al llegar a tu casa y pretendes la televisión y buscas un programa de entretenimiento ¿qué es lo te muestran?: muerte, violencia…

—La reproducción del sistema capitalista.

—El entretenimiento no es inocuo desde el punto de vista ideológico. Por tanto, el Estado, el Estado revolucionario, debe avocarse a una cultura del entretenimiento sana y no reducirlo solamente al aspecto económico, porque reducir las comunas a lo económico, es un error.

Entrevista para Últimas Noticias

 

Raúl Cazal

Escritor y periodista. Autor de los libros de cuentos El bolero se baila pegadito (1988), Todo tiene su final (1992) y de poesía Algunas cuestiones sin importancia (1994). Es coautor con Freddy Fernández del ensayo A quién le importa la opinión de un ciego (2006). Gracias, medios de comunicación (2018) fue merecedor del Premio Nacional de Periodismo en 2019. Actualmente dirige y conduce Las formas del libro.

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