Apoyo mexicano a la guerra de los diez años en Cuba

México fue el primer país que reconoció a los patriotas cubanos tras el estallido de la Guerra de los Diez (1868-1878) el 10 de octubre de 1868, después de la formación en Guáimaro, en los primeros días de abril del año siguiente de una asamblea nacional y un gobierno republicano presidido por Carlos Manuel de Céspedes. En reacción a estos acontecimientos, la cámara de diputados de México autorizó, por abrumadora mayoría, el reconocimiento de la beligerancia de los insurrectos cubanos, lo que fue sancionado por decreto del presidente Benito Juárez el 6 de abril de 1869, así como la admisión en los puertos mexicanos de los buques con la bandera de Cuba.

A favor de esta resolución, que en rigor cronológico fue la primera adoptada por un país latinoamericano, trabajaron los cubanos Pedro Santacilia, secretario y yerno del mandatario mexicano, y el poeta Juan Clemente Zenea, quien era representante del gobierno de Cuba en Armas en México. En agradecimiento por este gesto solidario, el presidente Céspedes escribió el 9 de junio de 1869 a Juárez: “Por una comunicación que el Ciudadano Pedro Santacilia […] ha llegado a conocimiento de este gobierno, que el gobierno general de esa República de que es usted Excelentísimo muy digno Presidente, ha acordado se reciba la bandera de Cuba en los puertos de la Nación […] Me es altamente satisfactorio que Méjico haya sido la primera Nación de América que hubiese manifestado así sus generosas simpatías a la causa de la independencia y libertad de Cuba.”

Hay que recordar que el ambiente existente entonces en América Latina era muy hostil a España y en especial en México, que recién salía de la cruenta guerra de liberación contra los invasores franceses y sus aliados conservadores internos, que habían disfrutado del incondicional apoyo militar y económico del gobierno de Madrid gracias al tratado Mont Almonte (1859). Todavía en 1867 el Capitán General español en Cuba permitía la organización de una expedición armada en La Habana del depuesto dictador conservador mexicano Antonio López de Santa Anna, quien pretendía recuperar el poder.

Eso explica que muchos mexicanos se ofrecieron de voluntarios para ir a combatir a Cuba. Algunos de ellos estaban vinculados a los hermanos cubanos Manuel y Rafael de Quesada, que se habían distinguido como altos oficiales republicanos en la guerra contra el Imperio de Maximiliano. Por ejemplo, en la expedición del Perrit, que desembarcó en Cuba el 11 de mayo de 1869, procedente de New York, con cerca de dos centenares de expedicionarios –la mitad de ellos extranjeros-, se encontraban varios mexicanos, encabezados por el coronel del ejército de México José Lino Fernández Coca. 

En enero de ese mismo año, arribaron a La Habana los también oficiales mexicanos Gabriel González Galbán y José Inclán Risco, también luchadores en la contienda contra los ocupantes franceses. Incorporados a las fuerzas mambisas, alcanzaron los grados de generales del Ejército Libertador. Inclán Risco, llegó a Jefe de la División Holguín, aunque fue capturado por los españoles que lo fusilaron en Puerto Príncipe (Camagüey) el 15 de junio de 1872.

El enrarecimiento del clima político mexicano, provocado por las contradicciones intestinas despertadas por la reelección de Juárez y los levantamientos armados del general Porfirio Díaz, así como el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con España (1871), impidieron un mayor apoyo de México a la causa de Cuba. No obstante, en enero de 1876, el presidente Sebastián Lerdo de Tejada, sucesor del Benemérito de las Américas en el gobierno de México, valoró con el coronel Rafael de Quesada la posibilidad de enviar a Cuba doscientos oficiales y mil soldados, además de armas y municiones, propósito frustrado con el ascenso al poder de Porfirio Díaz el 26 de noviembre de ese mismo año.

Tomado de www.informefracto.com

 

Sergio Guerra Vilaboy

Historiador cubano, doctor en Historia por la Universidad de Leipzig (Alemania). Actualmente es director del Departamento de Historia de la Universidad de La Habana; académico de número de la Academia de la Historia de Cuba y presidente de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe. En 2018 recibe el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas de la República de Cuba. Autor de una extensa obra, entre la que se destaca: El dilema de la independencia (Premio de la Academia de Ciencias de Cuba 1995); Nueva Historia Mínima de América Latina: Biografía de un continente (Premio de la Crítica de Ciencia y Técnica del Instituto Cubano del Libro 2014); y Jugar con fuego. Guerra social y utopía en la independencia de América Latina y el Caribe (Premio Extraordinario Casa de las Américas 2010).

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