Venezuela, petróleo, Donald Trump y la serpiente que se muerde la cola

Los precios del petróleo se desploman a niveles insospechados. Un barril WTI hoy, mientras escribo estas líneas, vale dos dólares (y llegó a cotizarse -37,63 dólares). En la medida de lo posible, los países productores de petróleo campean la tempestad, tratando de acomodar los planes de la nación a esta nueva coyuntura, apocalíptica. Pero son pocos los que además, sufren la fiereza del bloqueo económico de Estados Unidos. Yo vivo en Venezuela, y el contexto de agresión imperial es un toma y dame que ya comienza a dar los primeros indicios de pelea callejera en cualquier bar, con daños colaterales incluidos.

En esta esquina, un país bloqueado de todas las formas posibles con la intención de quebrar la superestructura política del Estado revolucionario. La falta de gasolina comienza a desesperar al público y es mucho lo que puede decirse sobre sus implicaciones: Estados Unidos ha sancionado con todo su poder económico a Venezuela. Sus atribuciones de guachimán planetario afectan no sólo a las empresas que hacen negocios con nosotros, sino a las que pretendan hacerlo en un presente perfecto fúnebre y amenazador. Sin químicos ni insumos para procesar las reservas de petróleo y convertirlo en gasolina, el tránsito se paraliza, la distribución de alimentos se estanca, los modos productivos se secan. El producto interno bruto en picada no se reconoce en el espejo de la planificación, las proyecciones de distribución de recursos son insuficientes. De nada vale aparentemente el trato firmado en la OPEP de recorte de producción mientras el pánico comienza a deslizarse furtivamente.

La cuarentena social es por supuesto, un indicativo de inamovilidad para la población, pero no todos pueden darse el lujo de quedarse encerrados en la casa. Con todo, los efectos de la falta de gasolina aún esperan agazapados, esperando ser espoleados mediáticamente por las marionetas del imperialismo. Mientras tanto la medida de cuarentena parece ser el único camino a futuro, mientras pase el huracán de la debacle petrolera (precisamente alimentado por la falta de consumo de combustible fósil y el super-abastecimiento de los países hegemónicos). La industria petrolera venezolana se encabrita como un potro salvaje, de bando en bando dejando gerentes corruptos, trabajadores sindicaleros, negocios sucios, crímenes de alta traición a la patria y porque no, injusticias (el principal poder económico del país tiene grandes deudores pero también grandes intereses en que la verdad no salga a flote jamás). Una PDVSA vacía, paranoica, llena de personal con la cabeza en la cuarta república, el corazón pitiyankee y el bolsillo nini desfila sin saber que hacer mientras los obreros y el personal revolucionario sortean las trampas y las tramoyas destinadas a impedir su junta, su congregación y su voz.

En la otra esquina tenemos a Estados Unidos en donde 1.200 muertos diarios no son más que daños colaterales por el coronavirus (así se encargan de venderlo los medios de comunicación: que un millar de personas mueran por falta de atención médica no es espeluznante porque “es la cifra más baja hasta los momentos”, en un juego de eufemismos que haría palidecer a Joseph Goebbels. Además, la cifra de veinte millones de desempleados promete quedarse corta ante la quiebra inminente de las industrias petroleras de esquisto (fracking), la caída de la bolsa, la pérdida de poder adquisitivo y por supuesto el fenómeno que nadie avizoró en los estudios del capitalismo: la destrucción del sistema por la pérdida de consumo.

Pero, las estrategias de avance de Donald Trump son igual de sorpendentes: una fantasía whitetrash del americano promedio que sueña con conquistar el espacio, doblegar con barcos a los chicos malos que venden droga, separarse de los negros y latinos, mantener el planeta libre de la amenaza roja y demandar por millones de dólares a China por «crear» la pandemia del Covid-19 (diría Bruce Nauman, ahora agréguele un nuevo enemigo: Yellow Danger).

Ciencia ficción pura y dura, pan y circo para los televidentes. La realidad es que el ejército de los barcos está diezmado por el coronavirus y se rebeló. Que para que se extraigan recursos minerales o de cualquier otro tipo en el espacio haría falta la construcción en el propio espacio de una plataforma de lanzamiento y control (porque aquí en la tierra no se puede), y si le tienen una guerra psicológica con conspiranoicos, intelectuales, doctores y reporteros al 5G chino por su incapacidad financiera y logística para implementarlo en Estados Unidos con mano de obra estadounidense imagine de qué va la cosa cuando se habla de lo que puede costar el sueño de ser los supermanes del siglo 21.

La realidad es que han perdido en centro del poder y su hegemonía en todos los ámbitos con Rusia. En donde más les duele, el ámbito militar ya no son ni los primeros en tecnología, ni los más fuertes. En la economía le deben hasta la manera de caminar a los chinos que ya han anunciado un bloqueo económico a productos norteamericanos y el cese de la compra de su deuda externa. Y en cuanto a la demanda de los abogados contra China por el coronavirus, panfleteada por sus medios de comunicación y extrapola da a todos los medios satélites y lacayos del mundo les va a salir el tiro por la culata cuando se demuestre al fin con datos e información precisa que ya conocían al Covid-19 porque lo crearon ellos. Que ya varias instituciones como la OMS y la industria farmacéutica habían proyectado en ensayos previos el efecto del virus y que probablemente haya sido creado en laboratorios como arma biológica.

Con todo, la pelea desigual entre Estados Unidos y Venezuela por la supremacía del primero y por la supervivencia de la segunda tiene bancada. De algo sirvió la política internacional chavista y fue para quebrar el aislamiento internacional estableciendo relaciones país-país basadas en el respeto, la solidaridad, la no injerencia en asuntos internos y la visión multipolar. En este round esa carta vale mucho. Como la historia cíclica de la mitología nórdica, debe haber más de uno pensando que este es el último round y puede que celebre internamente mientras ora calladito por muertos y protestas. El coscorrón del pueblo siempre lo despierta para descubrir no sin pena ni sufrimiento que apenas estamos comenzando.

Orlando Romero Harrington

Artista audiovisual, bloguero, asesor político en comunicación, profesor universitario y analista político. Ha trabajado como docente universitario, fue responsable de la comunicación en la ELAM Venezuela y Director de Imagen en Venezolana de Televisión (VTV). Pertenece a la Junta Directiva de AvilaTv, es presidente de la productora audiovisual Kapow y actualmente se desempeña como asesor de campañas electorales.

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