La batalla de los esqueletos

Dominados por la voluntad de derrocar el Gobierno Bolivariano, los líderes de la derecha venezolana han perdido las carnes, entrampados en la vorágine mediática que ellos mismos estimularon para lograr apoyo internacional. Hoy, la trampa está abierta para sus estructuras óseas, y el panorama es mucho más complejo de lo que parece.

Las encuestas no dan. Con esta sencilla oración se define la primera parte de esta batalla. A pesar de la inclemente agresión económica que sufre Venezuela por parte de la componenda oligarquía-industria-sanciones de Estados Unidos (EEUU), ni Dolar Today ni la desfachatez de los distribuidores de bienes y servicios con su inflación caprichosa y miserable, ni las sanciones en el plano diplomático y económico a naciones que hagan negocios con este país han podido doblegar el voto chavista. Permanece duro e incólume a las consecuencias, por todos lados nefasta de esta guerra de cuarta generación (quizás un eufemismo para decir bloqueo hambreador) que pretende destruir el poder adquisitivo caribeño y sumir a la nación en la miseria y el caos.

Tres elecciones ganadas por el chavismo en fila, en menos de un año suenan como sinfonía de la destrucción para la derecha local. Las guarimbas, el último intento de los sectores más fascistas y violentos para derrocar a la Revolución Bolivariana han sido superadas en el marco de la paz. Y esto es lo más importante en el discurso de las “revoluciones naranja” que con tanto fervor promocionaba el gobierno de Barack Obama.

F.O.R.M.A. La nueva cara de CEDICE y la nueva alcancía de la NED en Venezuela.

La “revolución naranja” esconde en su naturaleza el objetivo central que diseñó el pentágono para Venezuela, la “dog fight” (pelea de perros). Un escenario que ya venía trabajando con ahínco organismos de injerencia internacional como la USAID, la NED o el Instituto CATO.

Para los directores de la agresión, la puesta en escena de la caída de Nicolás Maduro pasa por una guerra civil. De allí se derivan los actos de vandalismo, de asesinatos televisados y transmitidos en directo por las redes sociales, las agresiones verbales, simbólicas a los cuerpos de seguridad, el uso de estudiantes martirizados, la asfixia sistemática en el plano económico, la desesperación inducida. Todo para llevar a la sociedad venezolana al paroxismo y crear escenarios ideales para la confrontación entre ciudadanos atizada por la creación de grupos paramilitares sacralizados por las grandes corporaciones mediáticas. Esta es la pelea de perros que tanto le quita el sueño a Maria Corina Machado. Esta es la coraza que tantos dólares le reportó a Carlos Ocariz, quien permitió minar Petare con la presencia de paramilitares colombianos. Esta es la confrontación real que ansía la USAID con la “desmovilización” de paramilitares colombianos y su emigración a Venezuela.

Por tanto, los esqueletos no danzan como decía el otrora grupo de choque contra el poder hegemónico Desorden Público (hoy uno más del montón). Los esqueletos de la derecha hoy se lanzan cuchilladas que sólo mellan sus costillas al aire. En la carrera por el poder, el deseo de capitalizar el descontento contra la Revolución Bolivariana en diversos sectores de la población hizo que inmediatamente después del anuncio de la ANC los esqueletos salieran con su mejor traje a autoproponerse como candidatos presidenciales. Uno más desprestigiado que otro, líderes vitalicios de fracciones políticas con pedigrí político, pero sin militancia real anuncian hoy la candidatura que salvará al país. Sus huesos dejan rastros en el fango, no existe tregua ni misericordia con otras osamentas. No importa que sus propias huestes los detesten, los ignoren o los critiquen.

Los cráneos de estos fósiles con vida propia destellan entre la noche, entre los lobbys con empresas conspiradoras para financiamiento de la campaña, entre las negociaciones secretas con partidos pequeños y comandos de otros partidos en lo regional, entre los repartos soñados de ministerios y cargos burocráticos con otros esqueletos. Y en eso, habló Trump.

Que el Gobierno de EEUU haya decretado la invisibilidad diplomática al resultado de las elecciones de Venezuela demuestra que ellos también leen las encuestas. Esta declaración de no-reconocimiento al proceso electoral además de ser un bochorno internacional, también es una bomba de hidrógeno contra la propia derecha local. Se acabaron los dólares para los esqueletos, se acabó el espaldarazo mediático y logístico para los caciques zombies. Trump piensa como empresario y no va a invertir en otra derrota que lo coloque como un hazmerreír mundial. Atrás ha quedado la política del golpe suave de Obama que tanto deleite causa en los chulos criollos. Por el contrario, la administración Trump ha recurrido al vudú y ha resucitado a ex presidentes latinoamericanos que tienen bastante tiempo para usar Twitter, Instagram y Facebook mientras huyen de las acusaciones de corrupción de sus países de origen, aunados a presidentes cipayos que representan a un neoliberalismo que no murió y que aún engaña a electores incautos, en la medida en que no demuestre su accionar ante las cámaras y que reprima a medios de comunicación independientes.

El Grupo de Lima no es más que un conciábulo de presidentes-marionetas de Trump, con tiempo de vencimiento y con la esperanza de una causa común que los represtigie ante la comunidad internacional, infecta de propaganda antibolivariana. Su alcance y efectividad real es casi nula en el accionar político interno, pero su sumisión a las políticas imperiales proveerá tropas, contextos geográficos y corredores “humanitarios” en el caso de la invasión armada a Venezuela. Y ésta es la verdadera amenaza que se cierne sobre el continente.

Trump desea fervientemente iniciar un conflicto bélico que le permite reflotar la economía de guerra que sustenta a los oligopolios empresariales de EEUU, apoderarse de la principal reserva de petróleo mundial y como recompensa añadida, controlar las diversas riquezas minerales (oro, diamantes, coltán, etc.) que abundan en territorio venezolano, el agua que será el objeto a privatizar en la década siguiente y establecer al lado del principal productor de droga del mundo (Colombia) un territorio “liberado” para iniciar la comercialización legal del cannabis sintético. Todos los anteriores son la base fundamental de la economía del futuro, y habrá quien lo niegue por intereses oscuros. O esqueléticos, si me permiten el símil.

Sin embargo, deseo no preña. Y como plan B, se avecina la candidatura de Lorenzo Mendoza, un empresario latifundista de una de las familias más prestigiosas y oligárquicas de Venezuela, inmerso hasta los codos en la conspiración económica contra el pueblo. Sus constantes viajes a Davos, su roce con la élite mundial y su identificación plena con el proyecto neoliberal de gobierno lo hacen merecedor de la confianza de la oligarquía criolla y los gobiernos títeres de Latinoamérica. Mendoza y sus aliados controlan el 70% de la producción de alimentos en Venezuela, y el crédito que le acaba de otorgar el gobierno de Venezuela es un hecho notorio y comunicacional y, precisamente, debe ser así.

No existen excusas para que Lorenzo Mendoza detenga la producción de alimentos. De hacerlo, y embarcarse en los designios de Trump para incrementar el sabotaje económico corre el riesgo de una respuesta contundente y ejemplar que afecte sus activos y medios de producción esta vez, amparada en el alcance de la Ley. La jugada lo coloca en el medio de los reflectores, expuesto ante la opinión pública mundial a la vez que condiciona su candidatura presidencial. Pero, lo más interesante de esta pelea de huesos y ligaduras es la adhesión automática de algunos precandidatos de la derecha local a la idea de un Mendoza candidato, y también la reacción de otros que no tardarán en confrontarlo (si todavía les queda un ápice de dignidad).

La imposición por parte del hegemón estadounidense del empresario como candidato quizás sea la última apuesta del imperialismo a medirse en procesos electorales, con un proyecto que tomará como bandera el desarrollo privado, la industrialización y “el respeto a los logros sociales del chavismo”. No importarán los llamados a la abstención de las fracciones más recalcitrantes, ejemplificadas en las hordas de su prima Maria Corina Machado (Partido Vente Venezuela) y el extinto Voluntad Popular (con su jefe delincuente Leopoldo López –otro primo– en prisión). Eso puede revertirse en minutos.

No importará el desencanto de sus militantes ni los slogans que desmerecen la actuación del órgano electoral venezolano. Tampoco entrarán en la ecuación las acusaciones de fraude electoral, los miles de contenidos que diariamente publican sus soldados en internet y redes sociales tratando de inmovilizar al electorado. No son relevante los deseos legítimos de fracciones políticas con proyectos alternativos que se oponen al proyecto socialista Bolivariano pero que reconocen sus logros, en un intento por democratizar la esfera política y que siempre han sido invisibilizados por estos mismos actores. La batalla de los esqueletos tiene un solo general que dicta las órdenes, y éste se pinta el pelo y tiene sobrepeso.

Pero… Y con este pero quiero concluir, estimado lector, a pesar de que los peros siempre son incómodos. Si Nicolás Maduro gana la batalla contra los esqueletos, encendiendo el fuego que habita en los corazones del pueblo venezolano las consecuencias arrojan un escenario que puede revertir la historia del continente. Con una victoria del chavismo en Venezuela el efecto mediático y político pulverizaría a la derecha interna, agonizante al encontrarse sin organización ni la coherencia que tanto impulsó la CIA en la figura de la anterior Coordinadora Democrática, hoy Mesa de la Unidad Democrática (MUD).

Los bloqueos financieros que esgrime el imperialismo contra Venezuela tendrán que ser revisados con suma urgencia. No es rentable ni factible participar en un bloqueo contra la nación con más petróleo, gas y recursos minerales del planeta. Con la estabilización de la política y la gobernabilidad en Venezuela se impulsaría la criptomoneda venezolana, el Petro, y esto sería un golpe fatal para los sistemas dominantes en materia financiera global, al enfrentar una moneda independiente de los bancos mundiales y respaldada por un estado y sus reservas naturales.

La avalancha de dignidad y rebelión ante los poderes fácticos imperialistas alcanzaría el cono sur, y sería el inicio de la rebelión de los pueblos de América Latina ante los gobiernos cipayos que hoy los dominan. Con la victoria de Maduro, los Bricks y la Opep tomarán un nuevo aliento y se fortalecerán los ejes alternativos y contrahegemónicos, potenciando esta vez las alianzas sur-sur. Las naciones caribeñas encontrarán a una Venezuela fortalecida y vibrante, y esta vez las alianzas con las potencias emergentes serán el peso ideal para la multipolaridad que tanto soñó Chávez.

Todo esto y más es materia de estudio en Washington. Las cartas aún se mantienen en la mano, los esqueletos raspan con lija sus huesos para parecer nuevos, Mendoza se pavonea en Davos para convencer al Bilderberg de la “necesidad” de su candidatura, el Pentágono mide fuerzas con China y Rusia calculando sus estrategias ante un conflicto militar en Venezuela, los países de todo el mundo reciben simultáneamente sobornos y amenazas para tratar de aislar a Venezuela y dentro de todo este circo burlesque, el pueblo venezolano comienza a desgarrar los músculos de Mendoza, frágiles y dóciles ante la verdad para descubrir que también es un esqueleto, que está en campaña cada vez que patrocina un equipo de béisbol o para la producción de alimentos. Y que la suerte de los esqueletos siempre está bajo tierra, porque en el subsuelo habitan, conspiran y reposan. Ya lo dice el viejo refrán venezolano. “Este mundo es de los vivos”.

Orlando Romero Harrington

Artista audiovisual, bloguero, asesor político en comunicación, profesor universitario y analista político. Ha trabajado como docente universitario, fue responsable de la comunicación en la ELAM Venezuela y Director de Imagen en Venezolana de Televisión (VTV). Pertenece a la Junta Directiva de AvilaTv, es presidente de la productora audiovisual Kapow y actualmente se desempeña como asesor de campañas electorales.

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