Ser bolivarianos

I

Bolívar tuvo una concepción sociopolítica revolucionaria que partía del principio de que la justicia era la reina de las virtudes republicanas. La doctrina del Libertador se apoyaba en la premisa de que la edificación de un nuevo sujeto social, alejado de la explotación monárquica, se cimentaba en una comunidad donde la justicia fuera un ejercicio cotidiano. En su práctica y en su dimensión teórica, Bolívar como gobernante y militar, fue respetuoso de los valores de la equidad y la inclusión como garantía de transformación social después de tres siglos de dominación colonial. En la pluma y en el proceder público del Libertador huelgan ejemplos de medidas justas a favor del ambiente, de los esclavizados, de los soldados, de los indígenas, de las mujeres, de los campesinos y de la educación popular, siempre a tono con su visión ética como eje transversal de un ideario emancipador.

El historiador colombiano Indalecio Liévano Aguirre en su varias veces publicado Bolívar explica el carácter justiciero del Libertador de la siguiente manera: “Dentro de la organización colonial española en el Perú, existía una pequeña, pero poderosa clase privilegiada, la de los caciques indígenas, a los cuales esa organización había conservado sus antiguos privilegios y su mando sobre las comunidades indígenas, con el fin de establecer, por su conducto, la hegemonía de la raza conquistadora sobre los nativos (…) El Libertador dictó la inmortal orden cuyo texto transcribimos: Los jornales de los trabajadores de minas, obrajes y haciendas deberán satisfacer según el precio que contraen en dinero constante sin obligarle a recibir especie contra su voluntad y aprecios que no se han las corrientes de plaza. Se prohíbe a los profetas, intendentes gobernadores y jueces a los prelados, curas y subtenientes, hacendados dueños de minas de obrajes que puedan emplear a los indígenas contra su voluntad en faenas séptimas, mixtas pongueajes y otra clase de servicios domésticos y usuales. Nadie puede exigir un servicio personal sin que precede un libre contrato de precio de su trabajo…”.

Un Estado consustanciado con la idea de justicia bolivariana es garante de la vida, la educación, posibilidades de trabajo, la vivienda, el vestido, la salud y el respeto en general de todos los derechos ciudadanos. La protección contra la especulación y la explotación perversa de los pudientes sobre las mayorías necesitadas son dos máximas del Libertador de gran significación contemporánea. De tal manera que un Gobierno inspirado en la doctrina del Hombre de las dificultades debe generar relaciones sociales y económicas de justicia, equidad e inclusión social, bases de la participación democrática y auténticamente revolucionaria. Ser consecuente con este principio bolivariano va más allá de un decálogo de buenas intenciones, es crear prácticas diarias justas independientemente de la procedencia social, política, económica, cultural o sexual del venezolano.

II

Pese a venir de “cuna de oro” la vida de Simón Bolívar fue una cita con las inequidades propias de la sociedad colonial. Si bien pudo gozar de las mieles de su fortuna, calificada como una de las más abultadas de la Capitanía General de Venezuela, el Libertador apostó por la emancipación de toda forma de dominación de los sectores sociales y étnicos más oprimidos. Un eslabón fundamental de la concepción sociopolítica del Libertador, es sin lugar a dudas su consideración de la igualdad, hermana de la justicia y la seguridad social, trinomio que siempre defendió como primer revolucionario de su hora. Para Simón Bolívar, la igualdad debía ser garantía inalienable de todos los seres humanos. La discriminación de razas, creencias, sexo o procedencia social como pretexto de explotación del prójimo fue aborrecida por el Hombre de las dificultades, quien dio, en distintos momentos de su existencia, demostración de sinceridad de sus pensamientos humanitarios. De tal modo que la República propugnada por Simón Bolívar, idea que fue madurando en el tiempo y que vino a contradecir sus propios intereses de clase, no era un modelo político para las elites ilustradas o para los propietarios, sino un sistema de gran contenido revolucionario como opción de liberación física y espiritual del pueblo.

La Ley de Repartición de Bienes Nacionales entre los militares del Ejército Republicano emitida por Simón Bolívar en Angostura el 10 de octubre de 1817, reza lo siguiente: “Considerando que el primer deber del Gobierno es recompensar los servicios de los virtuosos defensores de la República, que sacrificando generosamente sus vidas y propiedades por la libertad y felicidad de la patria, han sostenido y sostienen la desastrosa guerra de la Independencia, sin que ni ellos ni sus familiares tengan los medios de subsistencia (…) Todos los bienes raíces e inmuebles, que con arreglo al citado decreto y reglamento, se han secuestrado y confiscado, o deben secuestrarse y confiscarse, y no se hayan enajenado ni puedan enajenarse a beneficio del erario nacional, serán repartidos y adjudicados a los generales, jefes, oficiales y soldados de la República, en los términos que abajo se expresarán”. Y continuaba el Libertador, en ocho artículos más, argumentando las características de esta medida igualadora y estratégica para la popularización de la guerra de Independencia.

Simón Bolívar fue un luchador incansable por la felicidad de los seres humanos. Más allá de los altibajos de la guerra de emancipación, el Libertador fue fiel a sus convicciones igualitarias hijas de las experiencias personales y del pensamiento ilustrado de su época. Un gobierno que se autodenomine bolivariano es claro impulsor de la igualdad social de los venezolanos. Lo que explica que cualquier resabio de inspiración excluyente, que niegue las reivindicaciones populares, debe ser combatido en un marco de legalidad por la participación consciente y eficiente de las mayorías.

III

No fue un Dios, un ser impoluto, sin error o carencias. Tampoco fue un ser aprendido, que nació con el don de mando y un pensamiento universal. Bolívar no es aquel personaje únicamente expresado en la seriedad de las estatuas, o en la solemnidad de los panteones y museos. Tampoco solamente la efigie grabada en nuestras monedas. O el de los coloridos billetes nacionales. Es más, es mucho más. Es siempre dañino el culto paralizador, aquella contemplación que lo coloca como un superdotado, un superhéroe de los nuevos tiempos. Si deshumanizamos al Libertador lo alejamos de la gente común, lo vaciamos del calor, del sentido, de la vividura. Fue humano, demasiado humano y es posible que algunas de sus a acciones no nos conversa, ni nos gusten hoy. ¿Hemos cometido alguna herejía al decir esto? Aseverar que el mantuano caraqueño fue de carne y hueso no minimiza su grandeza, al contrario, lo coloca en la justa perspectiva de evaluar una existencia consagrada a un ideal, a un proyecto trascendental. Bolívar vivió en primera persona la guerra de Independencia. Vio de cerca la falta de una mayoría capaz de tomar la senda republicana después de tres siglos de colonialismo. Esto explica, en gran medida, su dinámica noción de pueblo expuesta en sus principales documentos. Si bien en 1812 se refiere al pueblo como un conglomerado de “estúpidos que desconocen el valor de sus derechos”, la lección de la caída de la Segunda República le hace recoger sus duras consideraciones. Después de Jamaica, en 1815, se muestra más considerado con negros, pardos e indios, lo que nos habla de un estadista más paternalista que despectivo. En Angostura, para 1819, ya autodefinía como un instrumento de las peticiones de los más humildes. Sin desconocer los aportes de los criollos, el Libertador abrió los cauces de las elecciones populares como una de las vías para los desposeídos, bajo responsabilidad del Estado, alcanzaran “las virtudes políticas” para una futura democracia.

Toda idea es una construcción, una representación, un concepto y sentimiento dialécticos, de un actor social en un contexto determinado. El marco referencial de Bolívar fue la lucha contra las cadenas extranjeras. Esto no se puede perder de vista. Las experiencias personales, los pensadores ilustrados y la dinámica de la guerra emancipadora alimentaron la noción de pueblo del Grande Hombre. Decir que hubo un solo Simón Bolívar para un conflicto cruento y prolongado, extensivo a países muy específicos, es temerario. Bolívar, como todo político, evolucionó, insistamos. Y ese cambio se percibe en la mudanza de imagen de un pueblo inepto a un pueblo virtuoso. No podía ser de otro modo en un revolucionario que se mantuvo fiel al credo democrático, republicano, cimentado en la igualdad social, en su accionar anticolonialista, en la unidad hispanoamericana y en la perfección moral. Valga esta reflexión para los ganados para la aristocratización del Hombre de las dificultades.

IV

Desde muy temprano comprendió Simón Bolívar que tener una efectiva política internacional era garantía de independencia nuestroamericana. También, desde sus acciones militares posteriores a 1817, pudo palpar el Libertador la ambigua diplomacia estadounidense orientada a impedir la emancipación de estos territorios. Los reparos para darle el visto bueno al Gobierno de Colombia; y el impedimento de arribos de tropas y pertrechos favorables a la causa emancipadora, entre otras medidas obstruccionistas, sustentaban sus sospechas. Posteriormente, Bolívar advertiría a un Francisco de Paula Santander proclive a invitar a los estadounidenses al Congreso Anfictiónico de Panamá. De tal manera que, las ideas y acciones del Libertador tendientes a la unidad continental aparejada con el objetivo de liberar a Cuba y Puerto Rico, chocaron contra los intereses de los gobernantes norteamericanos y de las oligarquías domésticas. Todo presagiaba el propósito oculto de los hijos de Washington: heredar el dominio imperial de las colonias liberadas de España bajo el nuevo ropaje monroísta.

En la carta poca divulgada del 5 de agosto de 1829 que envió el Libertador desde Guayaquil al coronel Patricio Campbell, se sintetiza el carácter no-intervencionista de Simón Bolívar: “¿Y qué no harían los Estados Unidos… que parecen destinados por la providencia para plagar la América de miserias en nombre de la libertad?”, cierra su premonición.

El problema básico de los imperialistas de todos los tiempos es, además del saqueo de sus colonias, el irrespeto a las soberanías e independencias de los países considerados periféricos. Ese derecho de los pueblos a decidir sus propias formas de gobiernos, alcanzar su desarrollo pleno y conformarse sin injerencias externas en el marco del principio de igualdad, es el principal obstáculo para los explotadores de siempre. Es así como la potestad de un pueblo a determinar su lugar en el contexto internacional, como a la libre escogencia de su organización política interna, contradice las torvas intervenciones gringas de la actualidad. Y este sentido el Libertador y la Revolución Bolivariana son referencias necesarias.

De tal modo que, ser bolivariano es ser antiimperialista, es mantener una postura firme contra cualquier injerencia extranjera. La intromisión estadounidense en la historia venezolana no es una elucubración, pruebas históricas explican cómo desde nuestra lucha por la Independencia el Estado yanqui apostó al colonialismo, y que hoy sigue con su doctrina injerencista, expansionista y opresiva. La máxima “América para los americanos” se traduce en una grosera constante del modo de ser gringo: providencialista, dogmático, pragmático, materialista, soberbio y terco. Solo veamos la extensión del Decreto Ejecutivo de Joe Biden, para ejemplificar lo que decimos. En el pasado como en estos días que corren, cuando conmemoramos 238 años del natalicio del Libertador, con Simón Bolívar y Hugo Chávez a la cabeza, gritamos ¡unidad!

Alexander Torres Iriarte

Historiador. Actualmente preside del Centro Nacional de Historia (CNH).

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