Venezuela: ¡Adiós OEA!

La OEA ha cumplido, siempre, un papel del que, en algún momento de nuestra historia, deberemos avergonzarnos. No ha llegado el momento, todo lo contrario: lo que priva en nuestro continente hoy es una cohorte que emula los exabruptos de su modelo supremo, un tal Donald Trump, que parece competir por el premio a la mayor salida de tono.

Ya en los años sesenta, Cuba supo definir temprana y certeramente al organismo cuando fue expulsado de su seno: ministerio de colonias; y cuando en el continente privaron las posiciones dignas y latinoamericanistas, que obligaron al organismo a abrir las puertas de su retorno, se dio el gusto de dar un portazo y volverle la espalda. Como corresponde.

Todo proceso latinoamericano que abogue por afirmar la soberanía de los pueblos tendrá a la OEA siguiéndole los pasos, como fiel acompañante de la política norteamericana. En este momento, son Cuba, Nicaragua y Venezuela las que se encuentran en su mira, pero, óigase bien, no pasará mucho tiempo antes que México empiece a ser cuestionado, y ya le caerán encima a Bolivia con cualquier excusa.

No se trata, por lo tanto, de una situación coyuntural vinculada con Venezuela, pero pocas veces como ahora la OEA ha sido tan desembozada y descaradamente instrumento de la política norteamericana. En esto, un papel central lo juega su actual secretario general, Luis Almagro, el mismo que, como el presidente del Ecuador, Lenín Moreno, supo camuflarse bajo posiciones progresistas cuando los vientos soplaban en esa dirección.

Almagro se comporta, sin rubor alguno, como un verdadero agente de los intereses norteamericanos. Compite, incluso, con Mike Pompeo, Mike Pence, John Bolton y Marco Rubio en la retahíla continúa y sin descanso de insultos, mentiras y amenazas que, acorde con la ahora desembozadamente rediviva Doctrina Monroe, lanzan cotidianamente.

La OEA es, por lo tanto, un lugar inhóspito que hay que evitar, y  del que, si se está, hay que irse. Huele mal, hay demasiados carcamanes y, para colmos, hay que ir a los Estados Unidos para participar de sus reuniones.

Por eso, para Venezuela, la espera para que, al fin, pudiera irse, se ha tornado infinita. Ya tiene la OEA, sin embargo, el reemplazo de Venezuela que se merece: el representante espurio de un autoproclamado presidente venezolano cada vez más marginal, que no tardará mucho en ser dejado de lado, como dejada de lado ha sido la larga lista de temporales líderes opositores que, así como son encumbrados, desaparecen.

Venezuela está en otra sintonía, en ella se está jugando mucho del destino mundial del futuro. En ella se expresa, concentradamente, la contradicción entre el imperio en retirada belicosa, y las nuevas fuerzas emergentes en el mundo. Si los Estados Unidos no estuvieran permanentemente gobernados por políticos tan prepotentes y miopes, seguramente habría podido manejar de forma distinta su relación con Venezuela. La forma como lo ha hecho, que lo ha llevado al callejón del todo o nada, anuncia que su imperio seguramente será el más corto de las historias imperiales modernas.

Y en el medio, la OEA. Qué bueno que te vas de ahí, Venezuela. No vuelvas nunca.

 

Rafael Cuevas Molina

Escritor, pintor, investigador y profesor universitario de origen guatelmateco con residencia en Costa Rica. Participó en el consejo de redacción de la revista de análisis político cultural Ko’eyú Latinoamericano. Actualmente es presidente de la Asociación por la Unidad de Nuestra América (AUNA-Costa Rica) y dirige la revista Con Nuestra América.

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