El distanciamiento social

En la pandemia, hay quienes se quejan regularmente de que les hace falta el encuentro personal con sus congéneres, tomarse un café, abrazarse o simplemente dar la mano para saludar a alguien. Pareciera que existe, incluso, un síndrome parecido al de la abstinencia, que debe ser tratado por sicólogos para atenuarlo, sin siquiera aspirar a curarlo mientras dure el aislamiento decretado en estos tiempos de pandemia.

Están también los que, en redes sociales, se quejan de aburrimiento, de lo largo que se les hace el día, y hacen recomendaciones en las que se confunden largos listados de películas disponibles gratis en Internet con clases de yoga mañaneras con esbeltas instructoras.

En el otro extremo, ya se divulgó por ahí una nueva patología mental que han denominado el “síndrome de la cabaña”: gente que se siente tan a gusto en su encierro que le gustaría que esto se extendiera lo más posible, ojalá para siempre. Seguramente algo de razón no les falta, el mundo exterior se ha vuelto demasiado agresivo, aglomerado y aturdidor, y alejarse de él puede vivirse como un descanso. 

Están tambien los oportunistas, los que no llevaban ni quince días de encierro y ya habían publicado una colección de cuentos de ciencia ficción en los que dominaban los síntomas de la claustrofobia, y se extrapolaban las medidas precautorias del presente a sociedades autoritarias, tremendamente controladoras del futuro. La imaginación de Orwell, parece, se quedó corta.

No cabe duda que la adaptación es una característica propia del ser humano. Aún en una situación de las proporciones catastróficas como la que estamos viviendo, siempre encontramos la forma de sobrevivir y adaptarnos, hasta de encontrarle sentido a la vida y, eventualmente, habrá quienes hasta encuentren la felicidad en la nueva situación.

Pero lo más interesante de todo esto es que, quienes propusieron al principio llamar “distanciamiento social” al enclaustramiento, han empezado a llamarlo “distanciamiento físico”. Se trata de una constatación de lo que está sucediendo: en vez de tener menos contacto social, tenemos más.

Se trata, efectivamente, de una forma de contacto cibernértico, distinto al físico, que es posible gracias al desarrollo de la las redes telemáticas, que tiene sus propias características, posibilidades y limitaciones, pero que no necesita del deplazamiento físico para el encuentro, lo cual es mucho decir en nuestras ciudades aglomeradas, muchas veces sembradas de peligros.

Han proliferado, entonces, las conferencias, las mesas redondas, las entrevistas virtuales a las que asiste, desde su casa, mucha más gente que la que habría llegado si se hubiera tratado de una actividad presencial. He visto talleres literarios con decenas, si no cientos de participantes, y no solo de la ciudad en donde vive la persona que lo lleva a cabo, sino de todo el mundo.

Prácticamente no hay hora del día en que no se pueda asitir a alguna de estas actividades. El que hasta entonces era oyente conoce la cara de los locutores, los comentaristas y analistas, que tal vez escuchó durante años por las ondas hertzianas, es decir, por la radio, y que ahora, a través del Facebook Live o Zoom, se muestran ante las cámaras desde sus respectivas casas, lo que añade interés, si se quiere subsidiario pero interés al fin, a las nuevas formas de comunicación.

Así que distanciamiento social, no hay. Hay un cambio en el relacionamiento humano que ha limitado formas de encuentro físico, pero que ha aumentado y mejorado otras que, ojalá, no desaparezcan cuando pasen los momentos de apremio que vivimos.

Rafael Cuevas Molina

Escritor, pintor, investigador y profesor universitario de origen guatelmateco con residencia en Costa Rica. Participó en el consejo de redacción de la revista de análisis político cultural Ko’eyú Latinoamericano. Actualmente es presidente de la Asociación por la Unidad de Nuestra América (AUNA-Costa Rica) y dirige la revista Con Nuestra América.

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