Outsider

El outsider, esa vieja técnica política de controlar la toma de decisiones introduciendo una “tercera vía” en situaciones de conflicto parecía claro, cantado. Sin embargo, nadie habló de ello.

Quizás fue la ambición de los caudillos locales, combinada con la riqueza de la corrupción. Las guarimbas, versión criolla de las revoluciones naranja con sello Okport, tenían un objetivo claro: forzar el abandono del poder estableciendo una “Junta” de Transición. Esa Junta, según el imperialismo estadounidense debía estar presidida por lo que “clamaba” el país: “un gerente”.

¿Qué hubiera pasado en este país sin Nicolás Maduro no devela la mafia que lideraba Rafael Ramírez en PDVSA? La imagen de empresa solvente, con futuro brillante y líder mundial en el sector de hidrocarburos era el lobby perfecto para el regreso de este tecnócrata. Producto de sus actos, la empresa mantenía una fachada de operatividad mientras eran socavados sus ingresos de manera ilícita por una mafia interna, según las investigaciones del Ministerio Público de Venezuela. El colapso de la industria era inminente, con sus niveles de producción reducidos a un 20% mientras los casos de chantaje, intimidación, corrupción y sabotaje interno eran casi notorios. 

El libreto es fácil de prevenir: “con una industria que fue el motor de Venezuela –hoy casi quebrada por el gobierno de Maduro–, Rafael Ramírez, gerente de Chávez, es el que puede rehacer el pulmón económico, y que de paso sea presidente”.  Así que la “salvación milagrosa de la industria” era el próximo titular de los noticieros internacionales, con el plus de “candidato”. En una hipotética Junta de Gobierno, seguro que Ramírez era visto con ojos de cariño por los políticos de derecha locales. 

Hoy, el multimillonario Ramírez ha tenido que exponerse en las redes sociales, sin un ápice de carisma para convencernos, en modo Mandela+Gandhi, que él es más chavista que Chávez y que se mantiene firme, sufriendo las innombrables condiciones climatológicas de Nueva York y robándose el wi-fi de algún penthouse de Manhattan en las convicciones del socialismo.

Y qué decir de la ambición de Luisa Ortega Díaz, en su condición de Fiscal General de la República. La madeja administrativa que montó en la institución encargada de procesar los delitos y crímenes cometidos en las guarimbas no tiene referencia en la historia delictiva nacional. Un antro de fiscales corruptos, mafias, venta de documentos y templo para salvaguardar terroristas pagaban las cuentas de la Fiscal, que viajaba en jet privado. Hoy prófuga de la justicia y probablemente denunciada en Interpol a nivel internacional se encuentra en la lucha política, al riesgo de la muerte en las difíciles y agrestes condiciones de Coral Gables. Miami debe sentirse orgullosa, como ciudad.

Quizás lo de Julio Borges pueda considerarse la visión “corporativa” del golpe suave contra Nicolás Maduro, pero no es un outsider. Lo refiero porque negocios son negocios, y Borges implantó y manejó el exilio venezolano, y sabe de roscas en Madrid, grupos de venezolanos en Panamá, negocios en Miami.

Las negociaciones con España están vinculadas al AECID, una de las fachadas del PSOE para financiar partidos en el mundo. En aquel entonces, Leopoldo López era el niño mimado de la AECID europea y los vínculos con Voluntad Popular se mantienen. Lo cierto, es que Madrid y algunas capitales ibéricas son el nuevo terreno de una burguesía caribeña. Las élites y sus acólitos, comienzan a hacerse sentir. Y Julio Borges recauda dólares, euros y criptomonedas, emite entrevistas, apoya causas y en un futuro, con mucho trabajo aspira una green card y lanzarse a candidato en algún condado de Florida. 

Poner la cara para pedir sanciones contra tu país para llevar miseria no debe ser un regalo. Intuyo que Borges es el último comanche, destrozado por los medios, aniquilado y hueso puro en las redes sociales. Deslegitimado a nivel internacional. Cansado, pasado de moda. Fastidioso, quizás en cualquier oficina martillando real.

Lo he dicho antes. La destrucción psicológica de la derecha venezolana es tan profunda, que genera emociones muy negativas. Una polarización que provocó un desgaste tan sentido, tan palpable que parecen años de guerra. No es exclusivo de la derecha, en el chavismo también puedo notarlo. Casi veinte años de guerra psicológica, de destrucción de referentes simbólicos, de ritos, procesos, tradiciones. Situaciones de tensión a diario. Inserción de nuevos valores negativos. Odio, encapsulado. 

La respuesta a este fenómeno es los linchamientos. La proximidad, la intimidad que genera el uso de redes sociales y la proyección del “yo” virtual hace que se manifieste una “neofilia”, una adicción a lo nuevo, a la noticia, al suceso. La opinión de cualquier personaje o figura pública de la derecha venezolana va a ser interpelada por las mismas contradicciones de esta derecha, que es un fenómeno neto de reacción política. Esas contradicciones no son más que matrices «implantadas» en la opinión pública que no resisten un análisis coherente, ni una conversación pausada. 

“Comunismo”, “pobreza”, “atraso”, “malignidad”. Ante estas ideas, los medios ordenan asco inmediato. Para la gran masa de población alineada irreductiblemente a los preceptos del capitalismo, no pueden existir otros términos para asociar a la Revolución Bolivariana, ni términos que inviertan el “orden de las cosas”. Al pulsar esas matrices que quieren ser valores en el pueblo venezolano la alineación responde con odio. Odio a lo que le es diferente, ignoto o inaccesible. Odio a la verdad, al argumento que lo contradice. Para este sector alienado, preso de su formación y entorno social no puede haber “concesiones” con el chavismo, como si de una enfermedad contagiosa se tratase. Esta guerra ha ido tan al hueso que ha hecho florecer los prejuicios más abyectos, desde las catacumbas de la colonización en los venezolanos. Racismo endógeno, status entre pobres. 

El outsider por consiguiente no luce fácil para la doctrina de la guerra de IV generación. El imperialismo necesita un gerente, un empresario. En medio de la crisis que sembró en Venezuela, debe proponer la ”solución” sin mostrar qué es. Debe prometer “cambio” para disfrazar recortes. Debe ceder la silla de Miraflores al FMI. Debe tener un pasado chavista, y mantenerse alejado aunque apoyado de la burguesía parásita y la mafia política de la derecha. La verdad es que en el análisis frío, el imperialismo no va a ganar elecciones en Venezuela con un proyecto político. No le sirve la democracia. Su única posibilidad es corromper, o introducir un caballo de Troya. Y en eso anda.

Orlando Romero Harrington

Artista audiovisual, bloguero, asesor político en comunicación, profesor universitario y analista político. Ha trabajado como docente universitario, fue responsable de la comunicación en la ELAM Venezuela y Director de Imagen en Venezolana de Televisión (VTV). Pertenece a la Junta Directiva de AvilaTv, es presidente de la productora audiovisual Kapow y actualmente se desempeña como asesor de campañas electorales.

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